Dr. Luis Enrique Ferro Vidal

Departamento de Estudios Culturales Demográficos y Políticos

División de Ciencias Sociales y Administrativas

Campus Celaya-Salvatierra, Universidad de Guanajuato 

La muerte es una expresión de la naturaleza que afecta por igual a todos los seres que en ella viven, y el ser humano no es la excepción, sin embargo, la especie humana busca una manera de vivir su muerte, es decir, hace manifiesto su capacidad simbólica para dotar a la naturaleza de significado. En este caso la muerte. Con el devenir del tiempo el ser humano ha buscado formas para no olvidar a sus muertos y ha generado expresiones rituales en donde se sintetiza su cosmovisión de la muerte, porque cuando el recuerdo o los sueños ya no son suficientes para observar y compartir un momento con los seres queridos necesita de alguna manera materializarlos, traerlos aquí, al lugar que se les quiere y se les estima con la finalidad de compartir con ellos nuevamente aunque sea un instante más.

En México a los muertos se les sabe llorar y cantar las golondrinas. En México a los muertos se les recuerda hasta la médula de los huesos, pues no se olvidan ni siquiera sus gustos culinarios favoritos y los vivos conservan como reliquias sagradas algunos objetos del difunto. En este país, los muertos son seres dulces que se convierten en azúcar y en pan; también se sabe de antemano que durante los días primero y segundo del mes de noviembre el alma de los antepasados serán en el hogar singular visita que se alimentará de lo que más le gustaba en vida, porque a este pueblo se le ha enseñado tenerle amor a muertos y les llaman con cariño, difuntos o ánimas; así el pueblo mexicano desde tiempos prehispánicos ha heredado un culto a los muertos que se ha venido transmitiendo de generación en generación y en cada una de ellas los antepasados se convierten en seres inmortales.

Como es muy sabido, la fiesta del día de muertos se celebra cada año cada primero y segundo de noviembre que es tributada a los difuntos. El día primero a los “angelitos” que son los difuntos de los niños y el dos a los adultos. En esos días las casas y los panteones se ponen altares y ofrendas que embellecen esos lugares con el color de las flores de cempasúchil, los intensos matices de color papel picado y el tenue tintinear de la flama de las velas que ilumina el conjunto del altar y las ofrendas. Los colores se acompañan con el aroma del copal y los alimentos que se brindan como ofrendas a las ánimas. Así, cada año se recuerda que nunca debe faltar en el altar de muertos el agua para dar de beber al alma de los antepasados que llegan cansados y sedientos del transitar del lugar de los muertos a los hogares y panteones en el que les han dedicado esta dadiva de amor y cariño conocida como altar de muertos. La sal para que se purifique el alma del difunto y tenga la energía necesaria para regresar al inframundo; se habla de la importancia de la luz de las velas para que no se pierdan en el camino al igual que el uso de la flor de cempasúchil. Otros elementos más que no pueden faltar, como son: la comida y bebida que más le gustaba al difunto, su fotografía, el copal, etc. Aun conociendo los secretos del altar, lo elementos rituales que no pueden faltar, se escribe, se describe y se relata durante esta temporada las razones de esta tradición, lo que demuestra la vitalidad y necesidad de fortalecer esta tradición. La razón de este transitar de la palabra escrita y oral que se realiza anualmente es para no olvidar el vínculo con el pasado y brindar continuidad en el presente de una identidad mexicana a través del origen del culto a los muertos. Si ya sabemos el simbolismo del altar de muertos y de la fiesta, ¿por qué seguimos escribiendo sobre esta festividad? ¿qué oscuros secretos esconde esta festividad que tanto nos fascina?

La belleza de esta festividad no radica solamente en el hecho de brindar tiempo y dedicación a decorar un altar; tampoco lo es por la elaboración de los alimentos que serán ofrenda para los seres queridos que han transmutado en ánima; mucho menos porque tenemos el conocimiento que las animas de los seres queridos vienen a visitar a los vivos. Es más que eso. La elaboración del altar de muertos es tan solo un acto performativo (teatral si se quiere), el trasfondo del secreto se encuentra detrás de bambalinas, ya que el hecho de montar la escenografía del altar es el preámbulo de la abertura del umbral que separa a vivos y muertos. Con la impronta hendidura que se da entre el mundo terrestre y del inframundo, se abre el camino a un mundo cultural más profundo y complejo, porque este festejo a los muertos encuentra su sustento en el recordar y no olvidar para generar vida a un culto al origen, un culto a los antepasados y un vínculo comunitario que se vive en el instante en que la familia y amigos cercanos se reúnan alrededor del altar o en la visita en los panteones permiten generar lazos familiares y con la comunidad, ya que los asistentes aprovechan esos encuentros para platicar los últimos sucesos cotidianos, se bromea, se pregunta por la familia y es un momento preciso para platicarles a las nuevas generaciones el recuerdo del origen y la genealogía familiar, de las condiciones pasadas del lugar, así como las anécdotas familiares, las alianzas matrimoniales, por lo cual, el altar o la tumba se llena de recuerdos consumando un espacio a la memoria y a la identidad. Tal vez el misterio de ese oscuro secreto que nos lleva a continuar con esta tradición se encuentra en entender que en México la memoria y el recuerdo son importantes por ser el fundamento de nuestra cosmogonía.

La festividad de día de muertos es una fe y una esperanza que toma forma en las ofrendas para agradecer a los antepasados de que los muertos regresen para rendirle culto y agradecer con la ofrenda a estos seres queridos. La ofrenda materializa ese culto a la ancestría, al origen de nuestra existencia y a la historia de la familia que solo puede ser recordada a través de la presencia de nuestros difuntos que se sustenta en la creencia de que ellos vienen del inframundo a visitarnos. Mientras que el altar, los sacraliza y los ponen en el pilar central de la devoción convirtiéndolos en deidades familiares porque se reconoce que ellos son los héroes míticos, héroes pasajeros o fundadores debido a que el cosmos no se explica, no se orienta la vida, si no se enseña a vivir y a morir en la tradición en la que fuimos forjados gracias a nuestros antepasados.

Con esta festividad se instruye en México que lo onírico es una realidad, que la muerte no es olvido sino un entorno continuo del cual se va y se regresa en el mundo de los vivos y de los muertos. La vida y la muerte se convierten en la existencia eterna del ser, de no olvidar y ser olvidado en el pueblo donde nacemos alcanzando con ello la identidad de lo que somos, ya que el amor a los antepasados, a los abuelos se sigue enseñando para mantener el vínculo del pasado, el reconocer un sentimiento a nuestras costumbres y una pertenencia al grupo por las tradiciones que nos brindan identidad. Cada día muertos se rinde culto a la tradición y a la historia; se ofrenda a esas ánimas que nos dieron el ejemplo para ser lo que somos, es por eso nos gusta comer del padre y del maíz...como ellos con su sacrificio nos lo enseñaron. Así con esta fe se agradece la existencia y se mantiene la continuidad cultural. Cada primero y segundo de noviembre se festeja con luz, pétalos y aromas para revivir con las palabras la presencia de los antepasados para nunca olvidarlos, porque si se olvidan se acabaría con el inconsciente colectivo que hace girar nuestro mundo cultural. A final de cuentas, es una festividad que nos anima a continuar con la tradición, a seguir escribiendo para no olvidar y ser olvidados.

 
 

Fecha de publicación: 1 de noviembre de 2024.